sábado, 28 de abril de 2012

La Sierra de las Villas

        Aunque la sierra de las Villas se queda escondida detrás de la inmensidad de la Sierra de Cazorla, nos ha demostrado que merece la pena caminar por su paisaje abrupto, cubierto por magníficos pinares y  libre de las muchedumbres que ocupan Cazorla. Es una sierra que permanece casi virgen, llena de pequeños cortijos habitados de forma habitual, pero sin un núcleo urbano que congregue a los visitantes, y con unos accesos que no hacen fácil disfrutar de sus rincones.


        Con muchísimas ganas de perdernos, por una vez de forma metafórica, por esta sierra, nos reunimos un pequeño grupo, sólo doce, para disfrutar de Las Villas a pesar de las previsiones meteorológicas. En esta ocasión hemos contado con un guía excepcional que nos ha hecho cómoda, y dulce con la bollería de la zona, nuestra estancia.
        Llegamos el miércoles en medio de la lluvia a una casa que parecía perdida, alejada de ruidos. Realmente nos ha resultado un lugar confortable y tranquilo en el que la convivencia ha sido grata.
      Creíamos que el jueves no íbamos a poder realizar la excursión prevista pero la lluvia nos dio un respiro y por la mañana salimos andando desde la misma casa para alcanzar La Morra (1527 m.), cuya imagen recortada nos ha acompañado estos días.


     El recorrido  nos fue llevando por el pie de bloques calizos, por pequeñas navas y a trepar por algunas rocas cubiertas por abundante vegetación que, a veces, nos dificultaban el paso.


         Antes de llegar al arroyo del Aguacebas de Chorrogil, encontramos un cortijo grande, habitado ya sólo por el ganado, que conserva uno de los pozos de la nieve que parece que son frecuentes por la zona.


        El paso del arroyo nos ofreció un poco de entretenimiento y el primer encuentro con unos magníficos narcisos que nos alegrarían el día en varias ocasiones.



           Desde allí, iniciamos la subida de La Morra que se hace amena con la fuente, como las que llaman tornajos en la Sierra de Castril,  y las vistas sobre el embalse del Aguacebas y  las rocas de la cumbre.




       La bajada fue también muy agradable por la Escalera Romana, un lugar que visto desde lejos no parece que tenga paso pero que lleva amablemente a la pista que nos conduce al Collado del Lobo y desde allí a la Fresnedilla, lo más parecido a un núcleo urbano que hay por la zona cuyo edificio principal alberga la escuela, el observatorio y la pequeña tienda donde se reúnen  los numerosos extranjeros que habitan en los cortijos de esta sierra.

       El segundo día nos recibió con una preciosa nevada que nos alegró el despertar y que nos llevó a recorrer el sendero del Aguacebas y disfrutar de la cascada de Chorrogil que lucía hermosa después de las últimas lluvias.




       Por la tarde, la mayoría  decidió disfrutar de la chimenea, la lectura, el juego pero un grupo de tres intrépidos optaron por ver cómo estaba el recorrido del barranco de La Osera que los demás pensamos hacer el sábado por la tarde.

      El sábado, para que no se cumplieran las previsiones de los meteorólogos, amaneció muy cubierto y con negras nubes que anunciaban que nos mojaríamos. A pesar de todo, nos dirigimos al  Navazalto (1379 m.),



 una subida muy cómoda. Desde la cumbre se pueden contemplar unas vistas magníficas sobre el valle del Guadalquivir y sobre dos de las Villas que dan nombre a la sierra, Villacarrillo e Iznatoraf,  aunque la foto de este último es del domingo porque el sábado se mostró esquivo, escondido en la negrura del cielo.



       Intentamos seguir por la cresta hacia el norte pero la niebla y el granizo hicieron que nos fuéramos a comer a casa. Menos mal que la tarde nos dio un respiro y el sol alumbró el recorrido de La  Osera. Un sendero corto pero espectacular, debajo de la presa del Aguacebas, por el barranco que forma el río Aguacebas Chico que va a desembocar al Guadalquivir en Mogón.


     Durante todo el camino tienes enfrente los cortados del Navazalto (alguno los mira pensando: "Por ahí seguro que puedo subir") donde viven los buitres que siguieron con interés nuestro camino con sus continuas pasadas. El sendero empieza a bajar con más intensidad desde el paso del Aguardentero y, desde el mirador de la Osera, se llega hasta unas pozas del río antes subir por el otro lado al mismo mirador.



       La pena es que, con la sequía que sufrimos este año, el embalse no suelta ni una gota de agua, por lo que la cascada de La Osa, que a todos nos ha recordado las del río Verde, estaba sin agua. Habrá que volver en otra ocasión.

      La guinda de estos días fue el recorrido desde el Arroyo de Gil Cobos hasta la Cueva del Peinero. La mayor parte del camino discurre por una pista que sigue el curso del Arroyo de Gil Cobos, desde el área recreativa, pasando por una pequeña cerrada donde se pueden ver tejos y acebos,


 para después desviarnos en dirección norte hasta alcanzar el río Aguacebas Grande, que vierte sus aguas directamente al Guadalquivir. La pista transcurre por un hermoso bosque de pinos laricios que colonizan lugares imposibles hasta las mismas cumbres. Encontramos magníficos ejemplares por su altura y grosor, a los que ninguna foto hace justicia; algunos de ellos presentaban grandes cicatrices de los resiegos, parece que le hacen los pastores para obtener tea.También los narcisos y el boj  nos alegraron el día.




      La jornada discurría muy tranquila, íbamos disfrutando del paisaje y de las inestimables explicaciones de Agustín, por eso la emoción empezó con la bajada  al río, en medio de una frondosa vegetación, por un camino que se perdía con frecuencia. Cuando llegamos al río hubo que buscar paso, entre las rocas, la vegetación, lo abrupto del terreno...




      Vamos, un poco de emoción. Sabíamos que estábamos a un tiro de piedra de la Cueva del Peinero y hubo momentos en que parecía que no íbamos a encontrar paso. ¡La salsa de la vida! Pero las aguas volvieron a su cauce.


        ¡Unos días magníficos! Hemos disfrutado de la sierra y de los compañeros, por eso se nos ve tan sonrientes en las fotos que son de Manolo, Concha, Padi, Angus  y Victoria.

martes, 10 de abril de 2012

De Güéjar Sierra a Granada



 Todo apuntaba a que la del último domingo de Semana Santa, en el que casi todo el club estaba aún fuera de Granada o simplemente descansando en estos días festivos, sería una ruta moderadamente larga y en nuestra línea; pero el caso es que hemos hecho una excepción -¿involuntaria?- y nuestra excursión de hoy ha terminado con más de 33 kms de recorrido.

Solamente cinco compañeros nos reunimos en la parada de autobús de Güéjar Sierra dispuestos a encarar la ruta prevista, aunque quien la propuso y que sería nuestro guía no ha podido venir. Confiando en nuestra memoria, sentido de la orientación, en el gps y en las ganas de todos, nos hemos animado a hacerla aunque algún tramo no lo teníamos claro. Y por supuesto -no podía ser de otro modo- todo ha ido muy bien; además el sol y una temperatura suave nos han acompañado todo el día, y nos ha alegrado comprobar que después de las lluvias de Semana Santa, el campo parece haber tenido por fin un pequeño respiro húmedo.

Recuerdo que el año pasado, también en Abril, la primavera se desataba convirtiendo todo en un jardín; este año apenas ha llovido, pero aun así, la naturaleza reúne fuerzas  e intenta hacer honores a la nueva estación, repitiéndose un año más todos esos topicazos primaverales que siempre se dicen, pero que son la pura verdad: aunque las praderas y sembrados no estén muy verdes y no estalle todo en floraciones de mil colores exquisitamente diversos, los días se alargan, la luz es ya más blanca y la tierra se llena de cielo, la brisa es cada vez más cálida... y hasta creo que estoy a punto de recurrir -sí, lo estoy haciendo- al bucólico, pero también manido discurso de que las abejas se afanan entre las flores de los cerezos y los pájaros, juguetones y desafiantes a la vez, cuentan a todo aquel que quiera escucharles que para ellos ha llegado otra vez la hora de hacer el nido y sacar adelante una nueva familia.

Que la esencia de la belleza en la Naturaleza es el esplendor de lo transitorio y lo cambiante, donde nada es feo: sólo está en perpetua evolución, igual que nosotros; que a veces los cambios son tan pequeños y efímeros, casi evanescentes, que podríamos pasarlos por alto porque a primera vista parecen invisibles, pero que si caminamos un poco más despacio y nos fijamos, podremos comprobar que a nuestro alrededor todo nos llama porque quiere mostrarse con sus mejores galas primaverales, como si pasase, en unos minutos, del blanco y negro al technicolor.

Nuestra ruta ha partido desde el núcleo urbano de Güéjar Sierra, pasando por el Embalse de Quéntar, los alrededores de Beas, los cortijos de Belén y Jesús del Valle, la ermita del Cristo del Almecí, enlazando después con la Vereda del Barranco del Abogado a lo largo de parte del recorrido de la Acequia Real de la Alhambra, hasta el Suspiro del Moro y Granada capital, por fin.


Poco desnivel, muchos kilómetros y unas nueve horas de marcha tranquila que nuestro minigrupo se ha tomado con calma durante todo el recorrido: al hacer fotos, en las paradas para desayunar y comer, con pequeños altos en el camino para admirar la nueva capilla de nieve que ha caído en Sierra Nevada con las últimas lluvias...


TEXTO: MARILÓ
FOTOS: CLUB SENDEROS
MAPA Y PERFIL: CARLOS LUENGO